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lunes, julio 05, 2010

El problema catalán o la política de Juan Palomo yo me lo guiso yo me lo como.



El ser humano es un animal de costumbres y como tales, estas se convierten con el tiempo en todo un ritual no exento de encanto.
En mi caso, tengo la buena o mala costumbre, depende de cómo lo viva uno, de tomar cada mañana mi café con leche de rigor acompañada de un periódico. Suelo cada día mientras me peleo con el sobrecito de azúcar y siempre echando un ojo de soslayo al reloj, chafardear el contenido de uno u otro diario. No es ese un ritual que haga en solitario, porque cada mañana como buenos intérpretes de la cotidianeidad más pautada me encuentro con las mismas personas a la misma hora.
Y tampoco es excepcional que de un modo u otro en más de una ocasión acabemos comentando las noticias mas destacadas en una pequeña, improvisada y apresurada tertulia de estar por casa. En tal tesitura me encontraba en estos días cuando en alusión a la retahíla de titulares relativos al dichoso “EStatut catalâ” mi vecina Mariona me hizo reflexionar.

Mi vecina, como yo, y como chorro cientos ciudadanitos de a pie, somos gentes sencillas, con una vida sencilla, que no simple. Es imposible llevar una vida simple hoy día en esta sociedad nuestra. Nuestras vidas se han convertido en una existencia sumamente compleja llena de problemas varios por sortear y un sin fin de quebraderos de cabeza, quedando muy lejos ya aquel perseguido concepto de calidad de vida, y ahora nos conformamos con capear crisis varias. Personas sencillas a las que los problemas nos crecen como setas, en formas y tamaños de lo más variopintos, y ahora al parecer incluso de identidad propia nacional.
A todo esto, le extrañaba a mi vecina leer en un titular la alusión al problema Catalán, como identidad per se, como si de un ente con vida propia se tratara. Como buen receptor de información, mi vecina secundaba el argumento que sustenta la protesta colectiva, de la gran injuria que le presuponen al hecho de que, diez personas prevalezcan o decidan, obviando la decisión del pueblo catalán y por ende, omitiendo a su voz representada mayoritariamente en el Parlament.
Asimilado y compartido este argumento por una buena parte de la población, su defensa no está exenta de paradojas. La primera surge cuando quise saber cuantos de los presentes recordaba ya no haber votado, si no haber conocido o entendido el referéndum de alusión.
La respuesta por unanimidad fue muy simple, “yo de esas cosas no entiendo nena” o “esas son cuestiones que llevan los políticos”.
Y es que lo cierto es que solo el 36,18% del censo electoral lo avaló en el referéndum de junio de 2006 y ni siquiera un 10% de los catalanes se mostró interesado en el nuevo texto cuando se estaba discutiendo en el Parlament.
Pero entonces ¿De qué estamos hablando? ¿De que la riqueza y reconocimiento del hecho diferencial sobre la base de un territorio y una lengua propia se reconozca? Creo ese es un hecho consumado, o no?
¿Entonces?
Al parecer hablamos de suponer la validación de derechos e instituciones propios de un Estado catalán, de disponer de una lengua preferente no solo en el orden administrativo, de disponer de un poder judicial propio, del reconocimiento de Cataluña como nación, de gestionar desde un centralismo autonómico contra una gestión municipal financiera, de disponer de un Consell de Garanties Estatutaries cual Tribunal Constitucional catalán.
Estupendo, y toda esta retahíla de preceptos anhelados por nuestras fuerzas políticas catalanas, ¿En que medida nos afectan a los sencillos que no simples ciudadanitos de a pie?
A parte de intervenir directamente, en nuestros derechos y libertades individuales, y un retroceso en las libertades públicas.
¿En que medida ha beneficiado a nuestra economía catalana en momentos tan y tan difíciles de crisis, el no poco cuantioso gasto de dinero público en forma de subvenciones, ayudas, instituciones, proyectos en pro de la identidad catalana y la lengua?
Bajo similar premisa le es lícito al gobierno catalán, intervenir por ejemplo en nuestra gestión empresarial, imponiendo condiciones relativas a nuestra comunicación de márquetin o venta en una u otra lengua. Obligando al empresario al desembolso de unos recursos sumamente exiguos en cambiar, sistemas, programas, rotulaciones etc.…bajo pena de sanciones.

Hace no mucho ojeaba, precisamente en otro periódico una noticias que hacia eco a las millonarias subvenciones aprobadas recientemente por vicepresidencia del gobierno catalán para tales fines.
Y por ende, todo ese presupuesto en un momento como este de recorte y tijera en mano ¿De donde sale?
Pues a los hechos me refiero, se obtiene aumentando impuestos por un lado, en una fuerte presión fiscal, como el precio de los carburantes (debido al céntimo sanitario), de los peajes, de las transmisiones patrimoniales, de los actos jurídicos documentados y de las herencias entre otras, y detrayéndolo de áreas básicas como son las infraestructuras.
Esas que implican desastres tales como los acaecidos en las nevadas de no hace tanto y el gran apagón.
Y de esto, el ciudadano de a pie, sí sabe, vaya si sabe.
O peor, salen en detrimento de la penosa calidad de nuestra sanidad o nuestra educación.
Competencias estas ya en manos de nuestro gobierno catalán, cuya gestión está más que suspendida.
No hay conversación de encuentro casual en la panadería, el café u similar que se precie que no haga referencia a ello. El descontento generalizado es sin duda un clamor, mucho mayor que cualquier refrenda de estatuto alguno.
Lo cierto, es que el gobierno catalán bajo el augurio del nacionalismo catalán, ha venido gestionando mal, muy mal.
Entre otras cosas por una gestión que prioriza cuestiones tales como la lengua en la que ha de impartirse, por encima de la calidad de los conocimientos que el docente imparte. Que generan como rebote el desarrollo de un mayor énfasis de una segmentación clasista de nuestra sociedad. Puesto que limitan al ciudadano de a pie a no poder elegir a golpe de decreto. Mientras la clase pudiente selecciona una formación “diferente”. Y como ejemplo, más hechos. Sin ir más lejos, los hijos de nuestra clase política o más concretamente nuestro presidente, estudiantes estos en un colegio alemán.
Y otro tanto sucede con una sanidad arruinada cuya última salida pretenden cargar sobre un sobrecoste añadido con el famoso copago.

Y es que en definitiva, tengo que darle la razón a mi vecina Mariona, va a ser que la gente sencilla de esas cosas no sabemos, sabemos de otras que pagamos y sufrimos cada día.
Y mientras,dejamos que nuestro parlamento catalán en su rol más victimista de permanente agravio frente a “Madrid" aplique la más absoluta política de Juan Palomo yo me lo guiso y yo me lo como.
Ya que hasta el momento, nuestros queridos políticos catalanes o “mediopensionistas” (me tomo la licencia de copiar el término que he leído que me ha encantando), lo único que han hecho con toda esa autogestión autonómica ha sido generar tres desproporcionadas estructuras administrativas a cual más grande en tamaño pero más limitada en eficacia y eficiencia.
Una administración pueril e inoperante que administra completamente de espaldas al ciudadano que la mantiene.

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