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viernes, agosto 13, 2010

Desesperanza


Que duda cabe que la vida, en ocasiones dependiendo de cómo se viva, puede sin duda llegar a ser un sinfín de experiencias frustrantes, dolorosas y desalentadoras, y aunque el hecho que así sea depende de muchas variables y causas diversas, a menudo los aspectos sociales o políticos, colaboran, haciendo que nos veamos inmersos en grandes carencias de recursos que comporten una reducción al mínimo nuestra calidad de vida como poco.
No obstante no podemos obviar que pese a ello, existe otro factor, el psicológico, como agente causal principal para la reducción del éxito y la felicidad. Entre otros, un concepto psicológico muy interesante en esa línea de razonamiento es el de “desesperanza adquirida”. De la “desesperanza” ya Nietzsche, la consideraba “la enfermedad del alma moderna”. Embriagados en frustración e impotencia, estando en estado de desesperanza se suele percibir que no es posible de ninguna manera lograr una meta, remediar o solucionar alguna situación negativa o problema, considerándose a la vez: atrapado, limitado, agobiadísimo…
“Pero desesperanza no es ni decepción ni desesperación. La decepción es la percepción de una expectativa defraudada, la desesperación es la pérdida de la paciencia y de la paz, un estado ansioso, angustiante que hace al futuro una posibilidad atemorizante. La desesperanza, por su parte, es la percepción de una imposibilidad de logro, la idea de que no hay nada que hacer, ni ahora, ni nunca, lo que plantea una resignación forzada y el abandono de la ambición y del sueño. Y es justamente ese sentido absolutista, lo que le hace aparecer como un estado perjudicial y nefasto.”
En relación a este concepto el psicólogo y profesor Martín Seligman, estudió un fenómeno que llamó impotencia aprendida, que podemos percibir contenida en la frase “No hay nada que hacer o NO puedo”, aquel que sufre de impotencia aprendida suele responder de inmediato diciendo “No sé, NO, NO “categóricamente, tras lo cual pasan a dar todas las razones por las cuales No es posible.
Seligman realizó unos experimentos a partir de 1967. Introducía a un grupo de perros en una jaula, a los cuales enviaban electroshocks aleatorios a través del suelo de ésta. (Sin comentarios)
• Los perros de un primer grupo podían detener dichas descargas realizando alguna acción in situ que, por aprendizaje, repetían. No podían evitar los electroshocks, pero podían detenerlos momentáneamente, teniendo más o menos cierto control de la situación.
• A un segundo grupo de perros, en cambio, no se les dio la opción a detener las descargas de su jaula. Éstas se paraban de forma aleatoria, hicieran lo que hicieran ellos.
En una segunda fase del experimento utilizaron otra jaula. Para evitar los electroshocks, los perros sólo tenían que saltar una valla divisora que había en la jaula, para llegar a un compartimento seguro.
• Primero hicieron la prueba con un grupo de perros que nunca habían estado expuestos al experimento anterior. Éstos enseguida saltaron al otro lado de la jaula para ponerse a salvo.
• El segundo grupo, los que aprendieron que podían controlar la situación, intentaron lo aprendido anteriormente y realizaron la acción in situ que creían que también les permitiría detener las descargas. Al no conseguirlo, buscaron otra acción, que fue saltar al otro lado para ponerse a salvo.
• Por último, el otro grupo de perros, los que nunca podían hacer nada por evitar los electroshocks, simplemente se echaron al suelo y gimieron, aceptando tristemente su destino. Nunca supieron que esta vez sí podían salvarse, porque ni siquiera intentaron saltar y buscar alternativas. Se dieron por vencidos directamente.
En parámetros humanos, en su paralelismo, los científicos fueron capaces de demostrar el Síndrome de impotencia aprendida: el individuo, frente a la adversidad, puede llegar a aprender a rendirse y renuncia a luchar condicionado por el pasado, aún cuando las circunstancias presentes ofrecen indicios de una posible "salida".
Hay quien considera que actualmente en la política y en la guerra se hace uso de ciertas estrategias que pueden generar en los disidentes, opositores y/o enemigos, esa impotencia aprendida para desmoralizarlos y evitar iniciativas resistentes a los abusos de poder.
Pero lo realmente cierto, es que excepto en casos extremos, en catástrofes naturales o eventos críticos inesperados, en general a menudo lo que vemos como “problema” nace de una percepción mental que surge cuando evaluamos una situación en función de nuestras posibilidades de resolverlo. No es algo ajeno, y sobre lo cual no tenemos influencia alguna.
De hecho a raíz de estudios como ese, surge la teoría de la Resiliencia, esa capacidad para recuperarse y sobreponerse con éxito a la adversidad. un mecanismo de autoprotección
Es la capacidad de una persona o de un grupo para desarrollarse bien, para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves.
Pero la resiliencia no es una cuestión individual, del sujeto aislado, es el resultado de un tejido de relaciones y experiencias que facilitan la capacidad de vencer obstáculos, con voluntad, motivación y esperanza.
El cambio revolucionario que el criterio de la resiliencia está produciendo consiste en ver de otra manera la realidad, de despertar la convicción de que es posible superarse y luchar por una vida digna.
Un cambio es posible, necesario e indispensable, y SÍ, no solo no es ajeno, si no que está en nuestras manos con los elementos democráticos disponibles realizarlo.

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